Posteado por: BOX8 | 6 febrero 2014

MY LOVE, MY LOVE. COME SOON. I AM IN TORMENT

Salutations are forbidden me. Closing words are a thing I refuse to contemplate, let alone pen. This is therefore a letter without beginning, without end. A fitting reflection of my love. My love, my love. Come soon. I am in torment.

 Tessa Dare, Three Nights with a Scoundrel 

 

Estas palabras, que resultan al final de la novela de Tessa Dare haber sido escritas por un hombre que ama a otro, son a ojos de la protagonista que las descubre en unas cartas cuidadosamente escondidas y sin saber a quién van dirigidas, la vívida encarnación de un amor hecho palabra que ella ansía para sí misma.

Si todos necesitamos la mirada del Otro, las mujeres muy especialmente necesitan su palabra. Como dice la psicoanalista Mercedes de Francisco, “Lacan habla en su seminario  Encore del goce de lo femenino en el sentido de algo que algunas mujeres sienten pero que no pueden terminar de decir (…) El goce masculino tiene mucha mayor referencia al órgano, su goce es mucho más parcializado. Su forma de elección o de causa de deseo es mucho más fetichista (…) Sin embargo, para la mujer su goce sexual está muy enlazado al amor, a ser amada, a amar”. Para el psicoanálisis lacaniano la mujer siente la necesidad  profunda de escuchar esa palabra de amor que ancla su deseo en un real y que la libera de la soledad, una soledad especialmente sentida al hablar a los hombres.

Si partimos de lo anterior, de la innegable feminización de la cultura y del legendario vínculo entre público femenino y novela ¿es extraña la avidez lectora de novelas románticas por parte de muchísimas mujeres? ¿Qué encontramos nosotras en novelas que nos dejan sin aliento como Los dulces años o Separate Beds, de Lavyrle Spencer, Flores en la tormenta, de Laura Kinsale, las cuidadas novelas ambientadas en la época victoriana tardía de la chinoamericana Sherry Thomas, o las detallistas y delicadas descripciones y maravillosas historias del mundo en guerra en Europa de Eva Ibbotson, una autora cuyo lenguaje conjura unas imágenes inolvidables? La probable respuesta es que leemos en ellas las palabras que desearíamos oír, a manera de una suplencia que sustituye esa palabra de amor tan frecuentemente ausente en el hombre. Y estas palabras, como no podía ser menos, se escriben  – salvo contadísimas ocasiones – por mujeres.

Lo cierto es que las novelas románticas han sufrido el desprecio y la abierta hostilidad de la academia y de muchos críticos literarios y autores serios, y sus autoras han sido acusadas de venderse a una audiencia femenina aparentemente fácil de engañar y sin formar. Estas novelas han sufrido diseños de portadas espantosos y vulgares  dado el bajo concepto en que se tiene a su comunidad de lectoras  – que para sorpresa de ignorantes, son con mucha frecuencia extraordinariamente activas en foros, webs y clubs de lectura on-line, donde manifiestan gusto y exigencia, reclaman a las editoriales las traducciones de autoras concretas muy valoradas y rechazan con agudeza lo mal escrito y las historias absurdas – y se han visto categorizadas con la etiqueta de “literatura rosa”, es decir, algo menor, para mujeres, olvidando que muchos de estos libros, a pesar de soportar portadas lamentables, presentan hermosas historias con una delicada escritura y un apasionado espíritu detrás.

S.Thomas

Y, ¿no suenan estos ataques familiares? ¿No han sido históricamente minusvaloradas las mujeres que osaban escribir con éxito? Los discursos antinovela basados en prejuicios de género no son nuevos. Podemos recordar aquí a Eliza Haywood en el siglo XVIII y después a Jane Austen y Elizabeth Gaskell, entre muchas otras, quienes se opusieron con su maestría a aquellos que consideraban sus obras, las novelas, una forma inferior de literatura.

Y es que no toda la ficción romántica puede ser rechazada como literatura-fórmula de usar y tirar. Obras como las anteriormente nombradas y muchas otras (pienso ahora en Judith Ivory, Daisy Goodwin, Susan Elizabeth Phillips o en algunos momentos Judith McNaught, además de Georgette Heyer, cuyo impacto merecería un estudio propio) que se integran en la tradición de la literatura popular romántica reescribiéndola, merecen una atención seria por parte de la crítica ya que en todas ellas se observa una re-apropiación de ciertas convenciones relativas al género en literatura además del hecho de proporcionar un enorme placer a sus lectores, no sólo a las mujeres, a través de textos inteligentes y creativos. Novelas que no pretenden tramposamente ser un producto elevado pero que, curiosamente, con frecuencia resultan serlo.

Cabría preguntarse si, como dice Susan Ostrov Weisser en la introducción a Women and Romance: A Reader, el amor romántico en las novelas, debilita o empodera a las mujeres. ¿Es “una ilusión debilitante, una forma de falsa conciencia” – dice – “o la comprensible expresión de una necesidad humana universal?”.  Esas novelas en las que el amor se construye o deconstruye y en las que con tanta frecuencia el cuerpo está en juego, son leídas por una comunidad ingente de lectoras ávidas y es precisamente esa avidez lectora la que constituye una manifestación despepitada de goce no fálico. Y es que todo, con demasiada frecuencia en nuestra vida, es anhelo.



Respuestas

  1. Hola Marisol.
    El sábado tu hermana con la que comparto amistades lectoras, me dejó «tu espacio » que recibo como un regalo.
    Estoy feliz de haberte encontrado, por cierto ne gustan mucho tus entradas.
    Ya sabes que cuentas con una seguidora deseosa de leerte.
    Un abrazo.

    Rosa.

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  2. Ayer me acordé de ti y de este tema leyendo un par de conferencias de Carmen Martín Gaite sobre la «mujer novelera» (en Pido la palabra; pero tiene más sobre el tema en El cuento de nunca acabar). Las dos de Pido la palabra son muy parecidas, quizá mejor la segunda versión: «El amor en la literatura y en la vida».

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  3. Tomo nota. Mil gracias. Me interesa muchísimo. Beeesoooo.

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