Una mujer habla con la muerte es una larga elegía dividida en nueve partes. En ella Judy Grahn se enfrenta al poder de la muerte, no solo física, sino espiritual. Los versos surgen de su necesidad de explorar las atrocidades y la injusticia, y del dolor y el temor que produce resistirse a ellas. La autora narra, de manera directa y sin metáforas, acontecimientos de su vida combinados con hechos históricos en los que los protagonistas han sido la violencia contra las mujeres o la represión social general, y la manera en que lentamente las propias víctimas participan en la destructiva maquinaria social, a la vez que debilitan ellas mismas, en una rueda infernal, los lazos que las unen a otros seres desposeídos.
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Cuando me arrestaron y en tanto me expulsaban
del ejército, la orden fue: que nadie
hable con esta mujer, y durante aquellos tres
largos meses, casi nadie lo hizo; en la sala de día,
cuando entraba, se hacía el silencio hasta que me iba;
tenían miedo, sabían que el viento las arrojaría
al vacío, llegaría la pasma,
el agua les entraría en los pulmones.
Todo lo que yo tocaba
se malograba. Eran mis amantes, aquellas
mujeres, pero nadie nos había enseñado a nadar.
Me ahogué, me llevé conmigo a 3 ó 4
cuando firmé la confesión de lo que
habíamos hecho juntas.
Nadie hablará conmigo jamás.
Leí esto en algún sitio, yo no estuve allí:
en la Segunda Guerra Mundial el ejército norteamericano inventó
tanques anfibios que flotaban, y los llevó a
las costas de Europa para descargarlos,
las naves de desembarco dispuestas como una flota,
y todo el mundo mirando. Cada tanque tenía una
tripulación de 6 y había 25 tanques.
El primero bajó por la rampa de desembarco
y se hundió, el segundo, el tercero, el
cuarto, el quinto, el sexto bajaron
y se hundieron. No se esperaba
que se hundieran. Los ingenieros
habían fallado. Las tripulaciones miraban en torno,
espantadas, buscando la orden de abandonar,
pero no llegó, y a la vista de
miles de hombres, cada una de las tripulaciones de 6
saludó a los oficiales, cerró por turno
sus escotillas y se dirigió
al mar, y se ahogó, hasta que los 25 tanques
desaparecieron. ¿tenían ojos
vacuos, murieron riéndose, o qué? ¿de qué
hablaban aquellos hombres
mientras entraba el agua?
¿era su amante el general?
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Una pregunta burlona
“- ¿Has cometido alguna vez actos indecentes con mujeres?,
– Sí, muchos. Soy culpable de permitir que mujeres suicidas murieran ante mis ojos o mis oídos o en mis manos porque pensé que no podía hacer nada, soy culpable de abandonar a una prostituta que puso un cuchillo en la garganta de mi amiga para evitar que nos fuéramos, porque no íbamos a dormir con ella, pensamos que era vieja y gorda y fea; soy culpable de no haberla amado, a ella, que me necesitaba; me lamento de todas aquellas mujeres con las que no he dormido, o a las que no he consolado, que se separaron de mí por falta de algo por lo que yo no había tenido el valor de luchar, por nosotras, nuestra vida, nuestro planeta, nuestra ciudad, nuestra carne y patatas, nuestro amor. Estos son actos indecentes, la falta de valor, la falta de cierto fuego tras los ojos, que es simbólico, del puño alzado, de compartir los recursos, de una resistencia que le dice a la muerte que morirá de hambre por carecer de nuestras carnes, de nuestras sobras. Sí, he cometido actos de indecencia con mujeres y la mayoría fueron actos de omisión. Los lamento amargamente.”
(Judy Grahn, trad. Mª Soledad Sánchez Gómez)
Me llevo preguntando varios días por qué nadie ha comentado los estremecedores poemas de Judy Grahn. Pienso que es por la fuerte identificación que sufrimos las mujeres al leerlos. Por ejemplo la niña que ya se siente lesbiana y cree que como la descubran se la va a cargar, que peligra toda ella, o el relato de los tanques flotantes y los soldados que mueren en ellos ante la impasibilidad de los mandos sólo por obedecer al orden social establecido que no tiene ética y moral. Bueno, seguro que los mandos son unos criminales y los soldados que obedecen dando por ello su vida, como si su vida no valiera nada, son gente indefensa por la propia educación que han recibido que les hace obedecer sin cuestionar a los rufianes que tienen el poder. Y por último el poema maravilloso de la prostituta inundado por la compasión y la empatía. El amor a la mujer llena los poemas de JUDY GRAHN. Pienso que la identificación con sus escritos nos deja sin palabras y totalmente trastornadas y emocionadas.
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By: anónimo. on 25 septiembre 2008
at 10:35 am
Lo copio literalmente: Clarice Lispector, Aprendiendo a vivir. Ed. Siruela.
«La opinión de un psicoanalista sobre mí» (artículo)
Por casualidad he tenido y tengo amigas que son o han sido analizadas por el doctor Lourival Coimbra, psicoanalista del grupo de Melanie Klein. Las conocidas y amigas me dijeron que le hablaron de mí. Supongo que el doctor Lourival debe estar harto de oir mi nombre. Hace unos días una de sus analizadas estuvo aquí en casa y decidí, como compensación por el desgaste de oídos del analista, enviarle un libro mío de cuentos, Lazos de familia. En la dedicatoria pedí disculpas por mi letra, que no es buena desde que mi mano sufrió el incendio.
Días después la chica apareció en casa para tomar un café conmigo y le pregunté si le había dado el libro al doctor Lourival. Ella dijo que sí y que, al leer la dedicatoria hizo un comentario. Me entró la curiosidad, quise saber qué había dicho. Y supe que, al leer la dedicatoria, el doctor Lourival había dicho: «Clarice da tanto a los demás, y sin embargo pide permiso para existir».
Sí, doctor Lourival, pido humildemente existir, imploro humildemente una alegría, una acción de gracias, pido que me permitan vivir con menos sufrimiento, pido no ser puesta a prueba por las experiencias duras, pido a los hombres y a las mujeres que me consideren un ser humano digno de algún amor y de algún respeto. Pido la bendición de la vida.
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By: anónimo. on 3 octubre 2008
at 12:30 pm